Escándalos
De repente se producen detenciones en la alta jerarquía de la FIFA. En Brasil el gobierno de Dilma Rousseff es sacudido por peces gordos que caen en un escándalo de corrupción multimillonario. Mientras, en Guatemala varios miembros del gabinete del presidente Otto Pérez Molina van a dar con sus huesos a la cárcel y enfrentan procesos judiciales en otro escándalo de corrupción. Y uno desde aquí, donde es casi imposible ver esas imágenes, pensamos en lo mal que están las cosas por esos lados. No. Mal estamos nosotros. Peor que la corrupción, es la corrupción con impunidad.
Corruptos Cero
¿Cuántos corruptos, ladrones de nuestros recursos, están ahora mismo en las cárceles? Déjenme revisar mis archivos… Aquí está el dato. La cantidad es… Cero. Con estas estadísticas, ¿o este es el paraíso de la honestidad estatal o aquí hay una extraordinaria colusión de funcionarios e instituciones, desde el presidente para abajo, para impedir la investigación, el procesamiento y el castigo a los funcionarios corruptos que pueda haber? ¿Qué creen ustedes?
Crimen y castigo
Es que ni siquiera estamos pidiendo vivir en una sociedad perfecta donde no haya corrupción, ni abuso policial. No esperamos una sociedad donde ningún funcionario violente la ley o los derechos humanos. Incluso, no es nada raro que alguien intente o haga fraude electoral. Podrá ocurrir también que un policía abuse, torture o mate a un ciudadano. Lo que pedimos es un país donde el que la haga la pague. Y en la medida en que los delincuentes que administran nuestras vidas y recursos paguen por sus fechorías, habrá por supuesto menos tentados a hacerlo. Así es que funcionan las sociedades sanas.
Sistema de injusticia
Fíjense nomás en el caso Milton Arcia. Llegaron funcionarios, sin orden judicial alguna, a destruirle su propiedad. Se resiste, y policías que deberían por ley defenderlo del abuso, como víctima que es, más bien lo maltratan y lo detienen como si estuviese cometiendo un delito. Eso es algo que puede ocurrir en cualquier parte del mundo. Pero no en cualquier parte del mundo queda impune. En un país sano, se activa el sistema de justicia que, como su nombre lo dice, sirve para hacer justicia. O sea, quienes destruyeron su propiedad debieron ser procesados y estar pagando por ello. Y los policías que lo golpearon deberían estar en la cárcel o ante los tribunales. ¿Qué sucedió en Nicaragua? El sistema de justicia le cerró las puertas y cuando denunció a sus verdugos lo acusaron, condenaron y sentenciaron en un trámite expedito digno de mejor causa.
Oficialistas
Pero para estas personas, en el escándalo está el pecado. Los abusos y la corrupción no son problemas mientras no se digan. Y para ello se han acuerpado de un ejército de medios de comunicación y periodistas oficialistas, cuyo trabajo, en el mayor de los descaros, ponen de ejemplo como el “periodismo profesional” que debería existir en Nicaragua. Así vemos a un juez, dando acceso solo a los periodistas con “los que se siente cómodo” (los oficialistas por supuesto). Vemos una jefa de Policía que se queja agriamente sobre cómo los medios independientes interpretan las encuestas y no las ven como ella o los otros medios (los oficialistas, por supuesto). Y vemos, un vocero del poder judicial acusando de venales a los periodistas que no hicieron pandilla con ellos y contra un pobre hombre que están crucificando.
La “prensa buena”
En el fondo, lo que hay acá es la manifiesta intención de clasificar a los medios en aquellas categorías que con toda desfachatez expuso el presidente ecuatoriano Rafael Correa: “Prensa buena” y “prensa mala”. La “prensa buena” es por supuesto la de ellos, esa que es incapaz de criticar al poder, que se deshace en loas y oculta convenientemente esos episodios que a su criterio los ciudadanos no deberían conocer. La “prensa mala” pide explicaciones sobre el bombazo de Pantasma y OcupaINSS. La “prensa buena” repite y repite que “somos el país más seguro de Centroamérica”. Para la “prensa mala”, Milton Arcia es la víctima, y para la “prensa buena” es el delincuente. La “prensa mala” fiscaliza y pide cuentas al Gobierno. La “prensa buena” se hace de la vista gorda en los casos de abuso y corrupción. Así las cosas, me siento orgulloso de estar en la llamada “prensa mala” y, la verdad, siento pena por aquellos que les corresponde hacer la “prensa buena” en perfecta sintonía con los que administran el Estado.