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“La conciencia sobre el cambio climático está más presente en la población que en los gobiernos”

Así lucirá Donosti según Greenpeace si no se combate el cambio climático.

Eduardo Azumendi

“El cambio climático es una realidad, y las ciudades deben adaptarse”. Este es el aviso de Margaretha Breil del Centro Euromediterraneo para el Cambio Climático. Con el objetivo de afrontar los riesgos derivados del cambio climático, el urbanismo ha desarrollado el concepto de ciudades resilientes, que se podrán definir como la capacidad de las ciudades de resistir, adaptarse y recuperarse ante los cambios causados por los fenómenos naturales. “Esto ayuda a reducir la vulnerabilidad de las ciudades y conseguir un desarrollo urbano sostenible”, asegura Breil.

La experta ha intervenido en el VI Congreso Europeo sobre Eficiencia Energética y Sostenibilidad en la Arquitectura y el Urbanismo, en el marco de los cursos de verano de la UPV, con una ponencia sobre cómo las ciudades pueden adaptarse al cambio climático, que es una consecuencia de los gases invernadero. Poco a poco, la temperatura global del planeta aumenta y se estima que para 2025 subirá entre 1,5 y 2,5 grados. “Aunque el aumento de la temperatura no es igual en todos los puntos del planeta, es en los polos donde mayores cambios se aprecian. Esto provoca que la capa de hielo se derrita y aumente el nivel del mar, pero es difícil predecir la media global de la subida. Este dato es todavía más preocupante si tenemos en cuenta que la mayor parte de las ciudades del mundo se sitúan en la costa”, resalta Breil.

Del mismo modo, se esperan cambios en las precipitaciones, tanto en la cantidad como en la distribución, con lluvias más intensas en menos tiempo. Todos estos factores pueden tener un gran impacto en las ciudades, que se traducen en inundaciones, escasez de agua, olas de calor y otros muchos fenómenos naturales. También existe el riesgo de que haya fenómenos extremos más intensos y más frecuentes, con la subsiguiente posibilidad de sufrir daños humanos y materiales.

Este es el contexto en el que surgen las ciudades resilientes. “Por un lado, hay que tratar de anticiparse a los riesgos, con medidas de protección para poder actuar antes de que el desastre se produzca. Pero no siempre se pueden evitar todos los riesgos”. Para aquellos casos en los que el riesgo ya se ha materializado, la resiliencia propone la adaptación y la recuperación. “No nos podemos limitar a reconstruirlo todo tal y como estaba, sino que se debe mejorar, preservando las funciones, pero no necesariamente la estructura”, destaca Breil.

“Cuando ocurre una catástrofe”, añade, “aparte de las medidas urgentes como los servicios sanitarios y el realojamiento de los afectados, se deben planificar medidas a medio y largo plazo. De esta forma, se busca mejorar el área urbana y transformar las ciudades hacía unos patrones más sostenibles. Las ciudades son espacios vulnerables, ya que son ecosistemas muy complejos construidos sobre patrones insostenibles, como el excesivo consumo de agua y la polución del aire”.

Para la doctora en Urbanismo, la adaptación hacia un modelo resiliente debería dar más peso a las autoridades locales. “La adaptación sería más adecuada si se gestionara de forma local. La conciencia sobre el cambio climático está más presente en las autoridades locales y en la población de las mismas que en los gobiernos nacionales”.

Un ejemplo de ello es que Protocolo de Kyoto tuvo mucha mejor acogida a nivel local que a nivel estatal, con gobiernos que trataron de demorar o no implantar las medidas aprobadas. “Primero, se debe conocer de qué forma afecta el cambio climático en cada localidad, y después, financiar los proyectos pertinentes”.

Adaptación

AdaptaciónLas opciones de adaptación son diversas. Pasan desde las infraestructuras grises como los diques hasta las verdes, como la creación de zonas verdes que disminuyen el impacto de las emisiones de gas y favorecen la absorción de las precipitaciones. “Pero una mala adaptación también conlleva sus riesgos con infraestructuras inflexibles e irreversibles que no puedan adaptarse a los constantes cambios”.

Así, Breil relata como en una ciudad rusa se implantaron tantos aparatos de aire acondicionado para afrontar una ola de calor que provocó la subida de la temperatura de la ciudad. “Por eso, hay que evaluar de forma efectiva las posibilidades de adaptación y hacer un adecuado seguimiento, sin esperar a la siguiente catástrofe natural para saber si la medida instaurada era o no válida”.

Nueva York y la ciudad de Venecia son dos ejemplos de ciudades que tratan de adaptarse a las consecuencias del cambio climático. “Tras el huracán Sandy, el alcalde de Nueva York aprobó un plan para lograr la resiliencia, que incluye múltiples medidas, como prohibir construir en algunas zonas inundables o reservar estas zonas de riesgo para la industria prohibiendo la construcción de viviendas residenciales. También aprobó medidas blandas, como dar ayudas a la familias con pocos recursos económicos para contratar seguros anti-catástrofe”.

En cuanto a Venecia, ha instalado una barrera anti-inundación, que sube y baja dependiendo del nivel de las aguas. También ha hecho mención a las predicciones realizadas por el Oceanográfico de Venecia que se publican de forma abierta para que los ciudadanos puedan conocer el nivel del mar.

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