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Divertimento peruano
Mar, 02/08/2016 - 09:55

Alfredo Bullard

¿Petroperú compite en igualdad de condiciones?
Alfredo Bullard

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de "Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales". Es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.

Estudié en la Universidad Católica del Perú en los años 80, en un país destrozado por el gobierno militar y la decepción de la esperanza democrática frustrada por la mediocridad y la ineficacia del gobierno de Acción Popular; que no tuvo ni acción, ni logró ninguna meta popular.

Para remate, el inverosímil gobierno de Alan García que destruyó todo lo que se puede destruir: el dólar, el sol, el inti, el inti-millón, la inversión, la economía, el futuro, el empleo, las ganas de hacer las cosas, la banca, el sentido común.

Un crecimiento imparable de Sendero Luminoso. Asesinatos, coches-bomba, toques de queda, apagones, caños sin agua (o con agua podrida), no poder salir de Lima a conocer nuestro país. Por eso el himno de mi generación era “Las torres” de los Noséquién y los Nosécuantos.

Pertenezco a la generación que pudo ser la perdida. Miami se volvió la meca de las oportunidades. Decenas de compañeros de clase en el colegio, e incluso en la universidad, terminaron en el extranjero cocinando hamburguesas, sacando fotocopias o haciendo cualquier cosa, porque cualquier cosa era mejor que tratar de hacer algo acá. Y eran los suertudos que tuvieron plata para comprar un pasaje y suerte para que les dieran visa.

Pero no quiero escribir de política. Quiero hablar de algo menos relevante, pero más importante. ¿Qué hacíamos para divertirnos? Con tanto mal rato, algo divertido hacíamos para sobrevivir sin volvernos locos (aunque varios no sobrevivieron y muchos se volvieron locos). La verdad, me costó recordar qué nos ofreció la cultura y el entretenimiento.

En el teatro no había casi nada que ver. Las obras de Cattone que trataban, con mucho mérito, de emular superproducciones para quedarse en meras producciones. Fuera de eso solo recuerdo “¿Quieres estar conmigo?” de Roberto Ángeles, que no es otra cosa que un repaso de lo que —he descrito— vivía la juventud en los primeros cuatro párrafos de este artículo.

El cine era el extranjero, el de siempre. Peruano casi no había. Con suerte tenías una o dos películas hechas en el país, casi siempre de Francisco Lombardi. Recuerdo particularmente “Maruja en el infierno”, “La ciudad y los perros” y “La boca del lobo”. Ninguna destilaba optimismo.

Ni circo teníamos. En Fiestas Patrias llegaba uno que otro circo mexicano parchado. Los mejores circos peruanos eran los inexistentes porque, los demás, eran impresentables.

La semana pasada no pude dejar de pensar en cuánto hemos cambiado. Fui al teatro a ver “Collacocha”, una obra peruana escrita por Enrique Solari Swayne y relanzada bajo la muy buena dirección de Rómulo Assereto y una producción que no tiene que envidiar a nada que haya visto en otras latitudes. Y faltan fines de semana para ver toda la oferta teatral que vale la pena ver.

Fui a ver también una película peruana y vi seis o siete sinopsis de películas también nacionales, de todo calibre y para todo público: desde las “culturosas” y sofisticadas, pasando por las de terror o las hechas solo para pasar un buen rato. Y en estos días tendremos un festival de cine que ya es envidiado en varios de nuestros países vecinos.

Y el domingo fui a La Tarumba, un circo con identidad propia, peruana, que, sin embargo, no pierde la oportunidad de renovarse cada año y que llena su tradicional carpa compitiendo y sacando ventaja a circos extranjeros.

¿Qué nos ha pasado? Sin duda, algo bueno. El crecimiento y la incipiente institucionalidad económica y política que tenemos, con sus saltos y sobresaltos, deja sus huellas en muchos aspectos de nuestras vidas. Y en nuestra cultura y la forma de entretenernos toca la esencia de nuestra identidad. Como decía Ortega y Gasset, “Dime cómo te diviertes y te diré quién eres”.

Es verdad que no hemos aún resuelto completamente muchos de nuestros problemas más básicos, pero ya estamos mejorando esos aspectos que uno cree que son suntuarios, aunque, en realidad, no lo son. La diversión y la cultura nos muestran que ya tenemos tiempo de atender lo lúdico, de reír y llorar con la ficción, el arte, o el mero esfuerzo por entretener.

Ya no se trata solo de sobrevivir.

*Esta columna fue publicada originalmente en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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